domingo, 24 de agosto de 2008

Pienso, sentado en el borde de mi ventana, la que da a tu jardín, pienso en vos, te dibujo con un pincel imaginario, te dibujo y te borro, y te vuelvo a dibujar, y con cada trazo que doy es algo nuevo que veo, es tu sonrisa, tus ojos o quizás algo que no puedo llegar a ver (o tu sonrisa, o tus ojos), y vos estás en tu jardín, y yo te miro sentado en el borde de mi ventana (que da a tu jardín) y otra vez pienso, te pienso, y te dibujo y te borro, y las líneas se deshacen, y yo estoy sentando en el borde de mi ventana, la que da a tu jardín, y pienso.

viernes, 22 de agosto de 2008

Dolor

Una fragancia suave y delicada, quizás hecha a base de rosas, inundaba el pequeño receptáculo con toda su esencia. De algún rincón del cielorraso que cubría el techo caía una suave cortina de agua, dulce y cristalina, salpicándole la frente y las muñecas ensangrentadas, sujetas a los grilletes ya oxidados. Su cuerpo, desnudo y mutilado, se contorsionaba cada vez que se salía del estrecho círculo mágico que le hacía de prisión, pues todo lo que cruzara los límites de aquella circunferencia, trazada sobre el mármol con sangre virgen, recibía tal descarga de energía que le helaba a uno hasta el alma y quizás más.

jueves, 14 de agosto de 2008

Fe

Había una vez un hombre del Este que decía ser un Sacerdote de Dios. Quienes lo escuchaban hablar aseguraban que realmente tenía un destino divino sobre la tierra, pues cuando predicaba era como oír el canto de los ángeles antes de que se hiciera el mundo.
Un día enfermó, y en su lecho de muerte uno de sus discípulos quiso averiguar cuál era su secreto. Se acercó por la noche, cuando ya nadie vigilaba la habitación, y encontró a su Maestro sentado en la cama, mirándolo con tanta profundidad que creyó que podía ver a través de su piel, su carne y sus huesos, directo hacia su corazón.
-Al fin has venido, hijo mío –dijo él, mientras se le dibujaba una triste sonrisa en el rostro.
El discípulo se sobresaltó, pues no le había dicho que vendría. Guardó silencio y dejó que él siguiera hablando.
-Quieres saber cuál es el secreto que impulsa mi Fe, pero no hay secreto alguno por revelar. Solo tienes que creer y ellos te seguirán.
El joven aprendiz bajó la mirada, silencioso. Sabía que no podía discutir con él, por lo que le preguntó
-Maestro, ¿cree usted en Dios?
El hombre sonrió, pero no contestó. Se acostó en la cama y cerrando los ojos, dejó que el tiempo se llevara sus últimos segundos de vida, no sin antes tomar la mano del joven y, acercándolo hacia él para que lo escuchara, decirle
-Si creyera en Dios, no sonreiría, pues toda mi vida he pecado, y me espera un castigo divino del otro lado del río. No creas, pues yo nunca creí. Solo has que ellos te crean a ti, y así seguirá el orden natural.

domingo, 10 de agosto de 2008

Ventana

Triste anochecer
oscuras estrellas
dilatadas formas
se suceden

Sonríe la luna
recuerdo tu voz
y el espejo
del tiempo impalpable

Vigía ya eterna
solitario despertar
sábanas rotas
de mi dulce Catalina

sábado, 9 de agosto de 2008

Impotencia

60.

Las cosas cambian, y nosotros no podemos hacer nada para detener el tiempo.
Me gustaría que algunos momentos se hicieran en la eternidad, así sería muy difícil olvidar.