domingo, 25 de mayo de 2008

hospitales

Nunca me gustaron los hospitales.

No sé, será que el ambiente es muy deprimente, demasiado para mi gusto (y eso que a veces celebro los Domingos o las tardes de lluvia torrencial), o será tal vez que no me gusta explorar los pasillos, tan vacíos como tétricos, donde cada cara que veo tiene una historia que contar, o tal vez no, y sólo sea rutina, como las caminatas de las viejas por el canalito a las 7:30 de la mañana cuando en lo único que pienso es que falta todo un día más para volver a mi cama.
Hoy tuve que ir al Juan XIII. Díganme racista si quieren, pero me dio asco ver como la enfermera, una mujer regordeta y sucia (sí, el prototipo, nunca son esas rubias flameantes de Hollywood), primero se rascaba los cuartos traseros, se limpiaba la nariz con un pañuelo que valla uno a saber dónde lo tenía guardado y se secaba el sudor de la frente con la palma de la mano (curiosamente tenían los calefactores prendidos) para después tomarle la temperatura a mi hermano, “acariciarlo” y traerle la comida, que lamentablemente pude ver por el pasillo como toqueteaba (ni me imagino cómo y quién la preparo, no quiero imaginarme, no). Lo peor de todo es que si uno se queja, es un irrespetuoso, un “pendejo desagracido” o un “chetito de mierda”, así que hay que guardar silencio si no queremos que el trato ahí adentro, en ese antro, sea medianamente bueno (quiero recalcar que cuando digo bueno me refiero a un nivel de trato acorde a las circunstancias y al personal que trabaja en dicho lugar).
Definitivamente, nunca me gustaron los hospitales.



PD: tal vez sea mi imaginación o esté viendo mucho Dr. House, pero estoy seguro de que hay tráfico de drogas ahí adentro, y hablo de los dos tipos (el guardia no tenía cara de estar presente de mente).

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