miércoles, 18 de junio de 2008

Protestas, pero estudiantiles

Sé que se me hizo largo, pero léanlo, vale la pena.



Casi en un paralelismo con la situación nacional, pero por supuesto, a mucho menor escala, los estudiantes de 5to año del Instituto Nuevo Siglo empezamos hoy una protesta contra los directivos de la institución, en especial con la dueña de todo esto, Doña Elena la Terrateniente. Es necesario remontarnos a la primer instancia, ya un mes atrás, durante los primeros días invernales, para poder explicar nuestros motivos y el por qué las medidas tomadas para hacernos oír, para levantar la voz estudiantil.
Todo comenzó una fría mañana de Mayo. El Sol, cada vez más lento para levantarse, empezaba a molestar a través de la ventana, a tímidos rayos sin calor, escasos halos de luz. Como es costumbre la mitad del curso estaba inmersa en un ensueño infernal, ya sin esforzarse por escuchar la perorata interminable que con mucho ímpetu nos presentaba la Profesora de Lengua. Yo por mi parte me perdía en la ventana, sonriéndole al predio desnudo del club de Caio, sin pasto ya, pensando en todo menos en la aburrida fotocopia que descansaba sobre mi banco. A mi izquierda el señor Debaco no paraba de quejarse de su latoso dolor de cabeza, según el, gracias a una pérdida de gas en el calefactor del curso, a quien por ese entonces desconocíamos, pues nunca había sido encendido, nadie se había tomado la molestia de introducirnos. Pero ese día no fue como los anteriores.
Acérrimo seguidor del despelote, le aseguré a mi colega que no había pérdida de gas alguna, y que en caso de que yo estuviera equivocado, tendríamos que movilizarnos para que el súper equipo magistral del colegio lo arreglara. “¿Y cómo podemos saber quien tiene razón?”, preguntó el Sr. Debaco, con soberbia inocente y despreocupada. “Esperemos a que lo prendan, así vamos a ver quién de los dos está en lo cierto”, dije yo, y con esa simple respuesta, nos fuimos al recreo, libro de historia en mano, tratando de encontrar la manera de no adicionar otro uno a nuestra colección en los orales diarios.
Al día siguiente, gracias a un par de contactos que se movilizaron y a que el Preceptor es un tipo considerado (con un humor muy jodido), un muchacho de aspecto correntino entró al curso, papel en la diestra, encendedor en la siniestra, alegando que la Directora lo había enviado a encender el calefactor, ya que quinto año era el único curso que lo tenía apagado. Instintivamente una sonrisa se dibujo en mi rostro y codeando al Sr Debaco le señalé con la cabeza que se acercara al calefactor, para poder así terminar con nuestro pequeño debate. Luego de casi quince minutos de fallidos intentos por encender el vejestorio que suponían nos mantendría cálidos y cómodos, el Correntino logró encender la máquina, con una pequeña voluta de humo y un estallido que asustó a más de uno. Inmediatamente me agaché y acerqué mi nariz al calefactor, a fin de identificar algún tipo de pérdida. Tras un par de segundos, me incorporé y miré de soslayo a mi feliz oponente. Él tenía razón, había una pérdida de gas, pero no sólo, sino que la máquina no funcionaba como debía: en su máxima potencia emanaba un poco más de calor que en piloto. Un fiasco, un fraude... el inicio de una decepción.
Aquel día fue el inicio de una protesta que se prolongó, como ya he dicho unas líneas más arriba, ya treinta (30, por si alguien del I.N.S lee esto) días, y más aún. Es por eso que hoy, tal vez de una forma radical, para algunos por falta de atención, para otros, con bastante razón, acudí a las instalaciones ¿educativas? envuelto en el acolchado de mi cama.
Sí, señores, señoras, y otras criaturas que llegue a leer estas líneas, me senté en la hora de Geografía envuelto en un acolchado a cuadros, alegando que por causa de la falta de servicio y por no cumplir con las reglas que demandan el buen estado de las instalaciones del Colegio, me sentía obligado a llevar un acolchado para mantener mi cuerpo a una temperatura estable. Lo curioso, pero lamentable, fue que la Directora se dio cuenta de que tenía razón, pero no puso ímpetu en demostrarlo, sino que, al contrario, me gritó encolerizada que me sacara el acolchado de encima, que nuestro curso era (y es) un desastre y que esa no era forma de hacer las cosas. Por supuesto que cuando cerró el pico, hablando simple y claro, pasamos a explicarle la situación, lo que la encolerizó más, y terminó yéndose del aula refunfuñando por lo bajo (y por lo alto).

Compañeros, alumnos 1, Directivos 0.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Grillo veo que últimamente te transformaste en un Martín Lutero patagónico...desde ya espero que ganes muchos adeptos y logres tus objetivos.

Anónimo dijo...

Buuuu Fuera!!Aburridoo!

Popurrí dijo...

Si te aburre para qué leés? Ni te tomes la molestia de comentar ;)

Gracias Joa por los comentarios de este y el anterior post, tengo varias cosas para subir, pero no me termino de decidir si valen o no la pena, en breve dejo algo